Dick
Hoyt acaba de cumplir 72 años. Es un hombre fornido, robusto, de imponente
aspecto físico. Es un hombre que a la edad en que la mayoría están disfrutando
de una jubilación (normalmente merecida) apacible y tranquila, vigilando los
achaques, él se dedica a correr maratones, triatlones e, incluso a veces,
carreras de “ironman” (ya saben: 4
km . de natación, 180 km . en bicicleta y una maratón, todo
seguido).
Lleva
más de 30 años participando en tales pruebas y aún está en gran forma. Esto ya
de por sí es singular, muy singular, diría yo. Pero Dick tiene un hijo: Rick.
Rick ha cumplido los 50 y también se dedica como su padre a correr tales
desafíos imponentes. Es más: los corren juntos, padre e hijo, en equipo. Esto es
singular y curioso.
Pero
es que Rick, el hijo, tiene una parálisis física y cerebral extrema desde que
nació. Prácticamente no puede ni moverse ni comunicarse, siempre atado a una
silla de ruedas. Dick y Rick, sin embargo, corren juntos. Sí, es cierto. ¿Cómo?
De la siguiente forma: Dick, el padre, coloca a su hijo Rick en una balsa
hinchable y enganchado a una cuerda tira de ella nadando los 4 kilómetros de un
“ironman”; al acabar, Dick, el padre, coloca a su hijo Rick en una silla
especial acoplada en la parte delantera de una bicicleta especial fabricada por
el propio Dick y así pedalean los 180 kilómetros del
“ironman”; al acabar, Dick, el padre, coloca a su hijo Rick en una silla de
ruedas un tanto sofisticada que Dick empuja para correr los 42 kilómetros y pico
de la maratón. Así compite el equipo Hoyt, como se les conoce en el mundillo de
las pruebas atletas desafiantes. Esto es absolutamente singular. Y, todo esto,
¿por qué?
Una carrera singular |
Todo
empezó cuando nació Rick, el hijo. El enredo del cordón umbilical alrededor de
su cuello le provocó una anoxia (falta de oxígeno) causándole una gravísima
discapacidad física y psíquica. Los médicos pronosticaron entonces un estado
vegetal irreversible para el pequeño Rick. Pero los padres de Rick, lejos de
hundirse en el abismo que hubiera hundido a cualquiera (eran muy jóvenes),
decidieron actuar con Rick como si fuera cualquier niño normal. Le hablaban, le
contaban, le enseñaban, le animaban, en definitiva, le educaban.
A
los 12 años, la universidad Tufts en Boston contactó con Dick, el padre, para
que su hijo probara un artilugio especial de comunicación con un ordenador
basado en una especie de almohadilla que acoplada a la cabeza podía realizar
típicos movimientos de ratón. Perplejos se quedaron los asistentes a la prueba
cuando el pequeño Rick, usando aquel dispositivo, deletreó en la pantalla (como
si de una “ouija” se tratara) la frase: “Go Bruins”. Ciertamente, estupefactos.
“Go Bruins” (¡Vamos, Bruins!) es el grito de ánimo de los hinchas del equipo de
Hockey de Boston, la ciudad de Dick y Rick.
Así
comenzó una extensa comunicación con el chaval vegetativo, el cual, con
bastante desparpajo, a la pregunta de si sabía leer y escribir, contestó (con
su artilugio en la cabeza): “Claro que sí”. Resultó que su discapacidad mental
no era tal y como la habían diagnosticado al nacer. Pero gracias a la
confianza, a la fe y a la constancia de unos padres ajenos a cualquier
obstáculo y sin una meta concreta por delante más que la felicidad de su bebé,
decidieron asumir que su hijo (su único hijo, entonces) no tenía por qué ser
diferente a los demás. Esta es realmente una historia más que singular.
Pero
aquí no acaba la singularidad de la historia. Tras haber conseguido una forma
de comunicación con aquel hijo “vegetal”, Dick, el padre, le preguntó si se
veía con capacidad para realizar los estudios básicos y después, por qué no, estudios
universitarios. Rick, el hijo, no lo pensó apenas y respondió que sí. Y Dick,
el padre, no sólo ayudó a su hijo a conseguir el graduado y una carrera universitaria
(que logró en 1993), sino que para mantener un modelo de padre ejemplarizante y
motivador, Dick decidió desarrollarse físicamente para correr cuantas carreras
y pruebas extremas pudiera. Eso sí, siempre con su hijo a cuestas. A Rick, el
hijo, le apasionaba el deporte, lo había dejado claro.
Alguien
lleva la cuenta de sus participaciones y son cerca del millar, entre carreras
de fondo, gran fondo y resistencia extrema. Impresionante. Pero… ¿hay algo aún
más singular en esta historia?... Pues sí.
Rick,
el hijo, obtuvo una licenciatura como acabo de comentar. En concreto, se graduó
en Informática. A partir de ese momento, comenzó a trabajar en una empresa en
la que se encarga de diseñar y programar aparatos dirigidos por ordenador para
ayudar en las tareas más básicas a los discapacitados graves. Es más los aplica
en sí mismo. Con ello ha conseguido vivir en su propio apartamento sin
dependencias de nadie.
La
historia… en fin, no hay palabras para definirla. No estaría demás aplicar a
nuestros pequeños problemas cotidianos esa confianza ciega en el futuro
(independientemente de los obstáculos), esa perseverancia en nuestras
decisiones (independientemente de nuestros miedos), esa ejemplaridad con los
demás (independientemente de que nos tomen o no como modelo a seguir).
Por
cierto, lo realmente singular de esta historia es que Dick, el padre, no sabía
nadar y tuvo que aprender para realizar los triatlones junto a Rick, su hijo.
Ángel Luis Herrero
Socio Consultor
en InnoSIB
Idea
extraida de conferencia de Álex Rovira
Desde luego solo lo singular puede hacer mover el mundo... Al resto de los mortales solo nos queda ir detrás...
ResponderEliminarSin palabras.