jueves, 14 de febrero de 2013

El valor de la experiencia


Dicen que un jugador de cartas adquiere la famosa “cara de póquer” a medida que va jugando más y más partidas a lo largo de su vida. Cuantas más partidas de naipes juegue (siempre que sea un juego en el que haya que ocultar la mano que se tiene entre manos, valga la redundancia) mejor aprende a ser inexpresivo, impasible en el gesto, impertérrito en la mirada. Con el tiempo el jugador modela esa cara gélida, ese rostro sin pulso, con tal de no ofrecer el menor atisbo de información sobre su estrategia.
El rostro, en efecto, es la parte más visible de nuestra expresión, pero cuando, después de disputadas muchas partidas —ganadas unas, perdidas otras—, uno maneja con soltura esa “cara de póquer” observa lo difícil que es jugar contra adversarios de similar veteranía. Sin embargo, llega un momento en que se da cuenta de que otros elementos del cuerpo delatan al contrario de forma inconsciente su táctica y sus pensamientos: léase el caso de las manos y de los dedos de las manos. Mientras todo el mundo piensa que la cara es el reflejo del alma (de la jugada, en este caso), es entonces cuando hay que fijarse en esa sutil presión en la esquina de un naipe, en ese tamborileo despistado, en esa palma contra la mesa porque aportan en gran medida la información precisa para desmantelar la ambición del contrincante.
El reflejo del entusiasmo
Del mismo modo, la experiencia profesional (definida como continua adquisición de conocimiento aplicándolo a multitud de situaciones reales), conforme se va acumulando, va traduciéndose en rendimiento, en utilidad, en convergencia, en movimiento hacia adelante. En resumidas cuentas: en eficacia. La diferencia entre el jugador experimentado y el jugador experto radica precisamente en ser eficaz, en orientar sus métodos de resolución de un problema hacia el camino más práctico.
La tan mareante crisis (iniciada oficialmente hace ya... mucho) está provocando que un aluvión de expertos en diversas áreas de la economía y la industria naveguen libres después de verse instados a abandonar esas empresas que no han podido lidiar con los malos tiempos por no haber sabido manejar los buenos tiempos.
Y muchos de estos profesionales de largas trayectorias (por encima de los veinticinco años en muchos casos) no sólo aportan el valor de la experiencia en cualquiera de los ámbitos y actividades del negocio sino que añaden a ese valor el arte de la eficacia. ¿Cómo? No malgastando energías en averiguar lo que nos dice un semblante frío que se esfuerza en ocultarnos la verdad; más bien ocupándose de dirigir los pasos hacia esos otros lugares que nos hagan más fácil cumplir los objetivos.
La iniciativa InnoSIB pretende ofrecer a las empresas la experiencia de unos profesionales que en el transcurso de sus dilatadas carreras han conseguido hacer de la eficacia una destreza, una disposición y hasta, por qué no, una actitud.


Ángel Luis Herrero
Socio Consultor en InnoSIB



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