Me
cuentan algo sumamente curioso.
Aquellos
famosos transbordadores espaciales, el Columbia, el Challenger, el Atlantis, el
Discovery, eran unas aparatosas y gigantescas aeronaves que podían llegar hasta
el espacio (cercano, por supuesto), cumplir su misión, y después retornar a su lugar
de origen, para posteriormente continuar siendo operativos con el fin de ser lanzados
de nuevo a la órbita terrestre.
Su
aspecto exterior era realmente atractivo en el sentido de que se asemejaban mucho
más —por fin— a los aviones comerciales, esos que acostumbramos a usar para
movernos de un punto a otro del planeta. Lo digo porque aquellos otros cohetes
espaciales, antaño usados, más parecidos a los petardos de las tracas
valencianas que a ingenios siderales, no proporcionaban sólidas esperanzas de
ser el futuro de los viajes extraterrestres. Además sólo servían para un único lanzamiento
y viaje, y luego se perdían (con lo que habían costado, en tiempo y en dinero).
Y esto si que no era muy operativo que digamos. Pero bueno cumplieron su
propósito e incluso conquistamos la Luna.
Aunque la conquistamos muy poquito, todo hay que decirlo.
Pero
esas otras máquinas estelares, los llamados transbordadores, parecían llamados
a ser realmente los cimientos de la puesta en marcha de los vuelos al espacio
exterior por parte de la ciudadanía y los hombres de negocios. Diferentes
circunstancias (accidentes desgraciados que se cobraron vidas de astronautas,
crash económico de los países del primer mundo y un posiblemente poco
desarrollado plan de negocio para rentabilizar tanto coste) están alargando
tales perspectivas.
Lo
curioso, no obstante, que me contaron se refiere a los diseños de semejante
artefacto. Todos sabemos, o al menos somos capaces de suponerlo, que el
transbordador necesita gran cantidad de energía para elevarse hasta el cielo
(bueno hasta la órbita correcta). Este es un asunto que siempre cuesta
resolver, dado que los combustibles necesarios y conocidos hasta la fecha y capaces
de empujar la nave fuera de la estratosfera ocupan aún mucho espacio. Como se
puede observar en su imagen el transbordador lleva adosado en ambos laterales
sendos depósitos en forma de tubo alargado con la mezcla precisa para cumplir
su cometido. A poco que pensemos en ello, deduciremos que en su diseño y
fabricación nada es baladí, todas las piezas habrán sido perfectamente
estudiadas, experimentadas y concebidas para su mejor utilización y para su
mayor aprovechamiento.
Alcanzando los cielos |
Sin
embargo, no siempre es así. No siempre los diseños y concepciones de nuestros
ingenios y de nuestros planes son los más óptimos, los más provechosos. No
quiere decir que no sirvan, sino que pueden no ser los mejores (aún
sabiéndolo). ¿Y eso por qué? Pues porque en muchas ocasiones —más de las que
desearíamos—, hay circunstancias que condicionan nuestras decisiones, nuestras
acciones, y los pasos que nos gustaría dar no podemos darlos debido a ese
condicionamiento, a veces propio, a veces ajeno a nuestra voluntad o deseo.
Bueno,
a lo que vamos, resulta que tales depósitos de combustible son fabricados por
una industria sita en el norte de los Estados Unidos (por Montana, Nebraska o
por ahí). Los depósitos han de ser transportados al sur, hasta Houston donde se
ensambla y se construye el transbordador. Dadas las importantes dimensiones
necesarias para los depósitos, la única forma razonable de hacerlos atravesar
todo el país es mediante el ferrocarril y con vagones especiales (para la
carretera imposible disponer de camiones adecuados). De esta forma, tanto para
ser acomodados en el convoy como para ser conducidos correctamente por las líneas
férreas, los depósitos habían de ser estrechos y largos. Así es como aparecen
adosados a los laterales de la nave. El diseño por tanto de los compartimentos
de combustible de los transbordadores espaciales de la NASA fue dibujado por el trazado
del ferrocarril americano.
No
podemos obviar en nuestras estrategias y decisiones de futuro las premisas y
las limitaciones que nos marcan las directrices y que establecen nuestro punto
de partida en muchas ocasiones. Si no son lo más conveniente hemos de buscar
otro camino, pero no siempre es fácil y hay que seguir adelante, no obstante.
La
historia curiosa concluye diciendo que el magnate de Virgin, Richard Branson,
que está acometiendo la fabricación de aeroplanos para viajes comerciales al
exterior, no tiene el hándicap de la
NASA y la ubicación de su combustible es la mejor que ha
podido diseñar… y se nota en el coste y en el rendimiento de su nave espacial.
Ángel Luis Herrero
Socio Consultor
en InnoSIB
Foto cortesía de NASA