jueves, 8 de noviembre de 2012

Perdidos en el espacio


Me cuentan algo sumamente curioso.
Aquellos famosos transbordadores espaciales, el Columbia, el Challenger, el Atlantis, el Discovery, eran unas aparatosas y gigantescas aeronaves que podían llegar hasta el espacio (cercano, por supuesto), cumplir su misión, y después retornar a su lugar de origen, para posteriormente continuar siendo operativos con el fin de ser lanzados de nuevo a la órbita terrestre.
Su aspecto exterior era realmente atractivo en el sentido de que se asemejaban mucho más —por fin— a los aviones comerciales, esos que acostumbramos a usar para movernos de un punto a otro del planeta. Lo digo porque aquellos otros cohetes espaciales, antaño usados, más parecidos a los petardos de las tracas valencianas que a ingenios siderales, no proporcionaban sólidas esperanzas de ser el futuro de los viajes extraterrestres. Además sólo servían para un único lanzamiento y viaje, y luego se perdían (con lo que habían costado, en tiempo y en dinero). Y esto si que no era muy operativo que digamos. Pero bueno cumplieron su propósito e incluso conquistamos la Luna. Aunque la conquistamos muy poquito, todo hay que decirlo.
Pero esas otras máquinas estelares, los llamados transbordadores, parecían llamados a ser realmente los cimientos de la puesta en marcha de los vuelos al espacio exterior por parte de la ciudadanía y los hombres de negocios. Diferentes circunstancias (accidentes desgraciados que se cobraron vidas de astronautas, crash económico de los países del primer mundo y un posiblemente poco desarrollado plan de negocio para rentabilizar tanto coste) están alargando tales perspectivas.
Lo curioso, no obstante, que me contaron se refiere a los diseños de semejante artefacto. Todos sabemos, o al menos somos capaces de suponerlo, que el transbordador necesita gran cantidad de energía para elevarse hasta el cielo (bueno hasta la órbita correcta). Este es un asunto que siempre cuesta resolver, dado que los combustibles necesarios y conocidos hasta la fecha y capaces de empujar la nave fuera de la estratosfera ocupan aún mucho espacio. Como se puede observar en su imagen el transbordador lleva adosado en ambos laterales sendos depósitos en forma de tubo alargado con la mezcla precisa para cumplir su cometido. A poco que pensemos en ello, deduciremos que en su diseño y fabricación nada es baladí, todas las piezas habrán sido perfectamente estudiadas, experimentadas y concebidas para su mejor utilización y para su mayor aprovechamiento.
Alcanzando los cielos
Sin embargo, no siempre es así. No siempre los diseños y concepciones de nuestros ingenios y de nuestros planes son los más óptimos, los más provechosos. No quiere decir que no sirvan, sino que pueden no ser los mejores (aún sabiéndolo). ¿Y eso por qué? Pues porque en muchas ocasiones —más de las que desearíamos—, hay circunstancias que condicionan nuestras decisiones, nuestras acciones, y los pasos que nos gustaría dar no podemos darlos debido a ese condicionamiento, a veces propio, a veces ajeno a nuestra voluntad o deseo.
Bueno, a lo que vamos, resulta que tales depósitos de combustible son fabricados por una industria sita en el norte de los Estados Unidos (por Montana, Nebraska o por ahí). Los depósitos han de ser transportados al sur, hasta Houston donde se ensambla y se construye el transbordador. Dadas las importantes dimensiones necesarias para los depósitos, la única forma razonable de hacerlos atravesar todo el país es mediante el ferrocarril y con vagones especiales (para la carretera imposible disponer de camiones adecuados). De esta forma, tanto para ser acomodados en el convoy como para ser conducidos correctamente por las líneas férreas, los depósitos habían de ser estrechos y largos. Así es como aparecen adosados a los laterales de la nave. El diseño por tanto de los compartimentos de combustible de los transbordadores espaciales de la NASA fue dibujado por el trazado del ferrocarril americano.
No podemos obviar en nuestras estrategias y decisiones de futuro las premisas y las limitaciones que nos marcan las directrices y que establecen nuestro punto de partida en muchas ocasiones. Si no son lo más conveniente hemos de buscar otro camino, pero no siempre es fácil y hay que seguir adelante, no obstante.
La historia curiosa concluye diciendo que el magnate de Virgin, Richard Branson, que está acometiendo la fabricación de aeroplanos para viajes comerciales al exterior, no tiene el hándicap de la NASA y la ubicación de su combustible es la mejor que ha podido diseñar… y se nota en el coste y en el rendimiento de su nave espacial.


Ángel Luis Herrero
Socio Consultor en InnoSIB
Foto cortesía de NASA


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