miércoles, 27 de abril de 2011

Un poco de por favor, señores

El pasado lunes 18 de abril de 2011 leí en el diario El País un artículo de opinión (La cuarta página: Quiebra moral de la economía de mercado -Antón Costas-) sobre la economía y la política, que define de forma precisa y esquemática lo que ha sucedido en los últimos dos años entre estos dos poderes y que nos han conducido a esta crisis de la que tardaremos tiempo en salir.

Dicho artículo habla de la “…quiebra moral del nuevo capitalismo que emergió en los años ochenta…”, de la “…deslegitimación social de la economía de mercado…”, de “…too big to fail [demasiado grande para caer]…”. En definitiva habla de los desmanes de los políticos y economistas (o mejor banqueros), de la incapacidad de los primeros frente al poder de los segundos, de la “especulación, la volatilidad financiera y la desigualdad”. Los economistas hablan de los “fallos”, de los “errores”, de los “desequilibrios legales” y de la desigualdad y se quedan tan tranquilos y en lugar de asumir responsabilidades, en cuanto se empieza a ver el horizonte un poco más claro reaparecen “las mismas conductas de riesgo y sobresueldos”. Habla el artículo de la falta de moralidad de ciertas personas y de que es necesario “salvar al capitalismo de estos capitalistas” y concluye que “una salida estable y duradera a la crisis requiere una refundación moral del capitalismo”.

Cooperación
Sin duda, estamos hablando de la moralidad y la ética de los jugadores en la política y la economía. Y eso tiene mucho que ver con la RSE, cuyos principios básicos se fundamentan en la triple cuenta de resultados: económicos, sociales y medioambientales. Para evitar situaciones como las mostradas en el artículo, debemos aplicar la responsabilidad, la ética y la conciencia social: responsabilidad para que los productos del mercado respondan a necesidades de los usuarios; ética para que los movimientos especulativos no primen sobre las ganancias de derecho y conciencia social para que las desigualdades no se incrementen. El objetivo primordial de las empresas es la obtención de beneficios pero no vale todo para ganar dinero; todos deseamos tener sueldos que nos permitan vivir mejor, pero no en las cantidades “inmorales” de algunos directivos y más cuando las empresas por ellos dirigidas han sido rescatadas con nuestro dinero.

La refundación moral del capitalismo pasa por la responsabilidad de aquellos con capacidad de decisión y esto tiene sus bases en la Responsabilidad Social Empresarial. Los directivos de las empresas son los primeros que deben tener conciencia responsable, son los primeros que deben empujar la RSE, son los primeros que deben establecer planes para su ejecución y difusión; los empleados y resto de grupos de interés son los que deben avanzar en la exigencia y desarrollo de la RSE. Con todos ellos construiremos un capitalismo más humano donde la igualdad, el respeto y la moral prevalezcan sobre la avaricia, los desequilibrios y la especulación.

Para todos aquellos que tengan interés, recomiendo la lectura del citado artículo.


Javier Colino
Consultor de RSE en InnoSIB


Fotografía cortesía de Openphoto

lunes, 18 de abril de 2011

“Glasnost 2.0” y redes sociales

Las empresas admiten hoy que “quien no comunica, no existe”. Pero no siempre ha sido así. Es como si hubieran tenido que vivir su particular “Glasnost” (“transparencia”, en ruso) al estilo del iniciado por Mijail Gorbachov en el PCUS, en febrero de 1986.
En el pasado, los empresarios consideraban que con poner anuncios en la prensa les bastaba. No había planes de comunicación. No sabían cómo dirigirse al público, ni para qué, si no era para proclamar las bondades de sus marcas. No se planteaban atraer el interés de otras audiencias que no fuesen “su clientela”, habitual o potencial.
Cuando surgió la necesidad de “hacer comunicación” corporativa, muchos temían divulgar información “sensible” de la compañía. Se sintieron como el ‘maître’ de un restaurante al que un cliente hubiera preguntado la receta de un plato y se viese comprometido a satisfacer su curiosidad para simpatizar con él (o sea, para “empatizar” y “fidelizarle”), sin tener que vérselas con el cocinero. Pero todo eso resultaba tan absurdo como si The Coca-Cola Company no hubiera podido llevar a cabo planes de comunicación en 125 años de existencia por no revelar la tan secreta fórmula de su famoso refresco.

“Haz saber lo que sabes hacer”
En la actualidad, los especialistas en comunicación son percibidos como “estratégicos”, los periodistas ya no son “intrusos”, sino posibles “aliados”, y se vienen organizando cada vez más jornadas de “puertas abiertas” y otras actividades deportivas y de ocio para los empleados y sus familias, e incluso entre empresas.
Ésta es su “Glasnost”. La transparencia es la clave. Ha cambiado el concepto mismo de “empresa”, que ha dejado de ser una estructura cerrada y rígida, ajena a la vida personal, para ser entendida como un organismo abierto, vivo y en simbiosis con el entorno, incluso con el ámbito familiar de sus colaboradores y proveedores. Así surgen la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), la conciliación familiar, las nuevas políticas de Recursos Humanos y la búsqueda y gestión de los talentos.
Del “tamtan” al “e-mail”
La irrupción de Internet y la popularización de la telefonía móvil han revolucionado la vida cotidiana y han dado lugar a nuevas formas de desempeñar el trabajo. Hemos pasado del “tamtan”, las señales de humo y las palomas mensajeras al SMS, la mensajería instantánea y el “e-mail”. Pero tanto aquellos rudimentarios instrumentos como estos sofisticados ingenios los seguimos utilizando para satisfacer una misma necesidad ancestral, la de comunicarnos. El hombre del llamado “Tercer Milenio” sigue siendo aquel “zóon politikon” (“animal social”) que describió Aristóteles cuatro siglos antes de Jesucristo.
Los métodos han cambiado. Antes, un simple chismorreo se transmitía de “boca a oreja” por la misma corrala, el mismo barrio o el mismo pueblo, sin ir más allá de los límites naturales de tales entornos y sin que fuera necesario comprobar su veracidad antes de propagarlo. Era “Radio Macuto”, como decían los soldados en el ejército.
Ahora, en cuestión de nanosegundos cualquier información se transmite de una punta a otra del planeta, e incluso fuera de él. Lo que decimos llega más rápido y a más gente, pero la necesidad de contrastar el mensaje es cada vez más imperiosa, porque siempre puede haber otros que nos dejen en evidencia y nos reprochen nuestra falta de rigor.
“Radio Macuto 2.0”
Aunque el anonimato de un ‘nickname’ o un “avatar” sigue dando facilidades para propagar bulos y calumnias, entre otros abusos, se tiende a corregir esta conducta, porque Internet ha pasado de ser “the World Wide Web” a la “Web 2.0”.
Antes, se transmitía información desde una URL como si de un “escaparate” se tratase. Los internautas eran sujetos pasivos; se limitaban a recibir dicha información, verdadera o falsa, en las pantallas de sus ordenadores y, como mucho, a repetirla en sus “emilios”.
Ahora, con sus iPods, iPhones y demás terminales de última generación, se han convertido en sujetos activos, y muy activos. La comunicación es multidireccional. Se produce un diálogo en el que todos estamos conectados e involucrados con todos en una conversación global. Y esto da cada vez menos margen a la falacia.
“Radio Macuto” ha pasado, así, a una fase “2.0”. Y esto tiene mucho que ver con la comunicación corporativa.
“¿Glasnost 2.0?”
Las empresas se ven, de esta forma, abocadas a un nuevo giro cuando aún se debaten sobre el uso que hacen sus empleados del correo electrónico en la jornada de trabajo. Han surgido nuevas fórmulas de comunicación con las redes sociales, imparables, incontrolables y con crecimientos exponenciales.

Somos 7.000 millones de habitantes en la Tierra y en Internet hay más de tres trillones de usuarios, porque cada internauta adopta distintas identidades en las cada vez más variopintas plataformas de la Red.
Facebook tiene 640 millones de usuarios en todo el mundo y 130 millones la visitan a diario. Twitter tiene 200 millones, de los que 110 millones también son cotidianos. LinkedIn, 90 millones. Por la Red circulan cada día 240 millones de “e-mails”. En España, con algo más de 46 millones de habitantes, hay 27 millones de internautas, de los que 14 millones utilizan Facebook.
Las cifras son mareantes y el crecimiento de los usuarios de las distintas redes sociales, de vértigo.
En las empresas, en cambio, seguimos trabajando “en la línea de montaje” como se hacía en el siglo XIX; seguimos utilizando esquemas de “verticalidad” y “disciplina” al estilo militar, copiado de los ejércitos del siglo XVIII. Pero estamos en el siglo XXI y, a diferencia de aquellos tiempos pretéritos, cada trabajador es una persona “insustituible”, que tiene sus propios valores, su propia reputación y su capacidad de influencia en la Red, a través de las redes sociales.
Las empresas empiezan a ser conscientes de ello. De ahí el surgimiento del “Community Manager”, una nueva figura en el ‘staff’ de las organizaciones, que en dependencia directa de la más alta dirección y enmarcado en el Departamento de Comunicación y Marketing deberá trabajar con transversalidad hacia otros departamentos (pues cada vez serán más los implicados en las redes sociales, o ‘social media’) y que habrá de mantener un diálogo interactivo con los usuarios para velar por la “reputación digital” de la compañía en todas estas redes sociales, con rapidez, fluidez, accesibilidad y transparencia. Ésta será la nueva “Glasnost”, la “Glasnost 2.0” de las empresas.




Carlos Matías
Socio consultor de Comunicación de InnoSIB






jueves, 7 de abril de 2011

El arte de comunicar

Si lo que estoy escribiendo ahora mismo fuera el final de este artículo, la comunicación sería pura entelequia, una ficción, una irrealidad. Así que no quiero que esta sea la última frase. Y no lo deseo simplemente porque debo comunicar algo.
Las personas somos unos artilugios complejos, extraños a veces, y misteriosos más de lo debido. Desarrollamos ingenios, se nos ocurren ideas y pensamientos interesantes y fabricamos esperanzas y futuros. Pero la mayoría de las veces, bien por ignorancia, bien por timidez, o incluso por un temor exagerado a que se apropien de nuestras esencias, nos lleva a no compartir nuestras iniciativas y nuestras opiniones de una manera fluida e inteligente.
En la vida personal la propensión a no hacer partícipes a los demás de nuestros logros deriva en cierto aislamiento social o en relaciones deficitarias. Nuestra personalidad en mayor o menor medida se ve resentida por ello. Pero en fin, con un psicólogo eficiente o, mejor, con un buen puñado de amigos afines podemos ir sobreviviendo sin excesivas elucubraciones.
Pero en el ámbito de una empresa, de una organización que necesita como agua de mayo la contrapartida de los clientes para que el negocio alcance esos objetivos que a nivel personal nos hacen sonreír abiertamente, la incomunicación es una auténtica contradicción.
No hacer llegar a los potenciales y deseados clientes nuestra filosofía (porque la creemos buena), nuestros procedimientos (porque sabemos que funcionan), nuestros logros (porque son la base de la experiencia), nuestras ideas de futuro (porque queremos permanecer en la cresta de la ola) y, obviamente, nuestros productos (el quid de la relación proveedor-cliente) es imponerse más obstáculos de los necesarios.
El eco de los mensajes
Un buen plan de comunicación en la empresa, tanto hacia su interior como hacia el exterior, ha de formar parte de su plan estratégico sin ningún atisbo de duda. Y hay muchos caminos y muchas formas de comunicar y de difundir el valor de la compañía. Por eso, comunicar es un arte que requiere la mejor composición de mimbres e ingredientes para que los mensajes alcancen sus destinos.

Ángel Luis Herrero
Socio Consultor en InnoSIB





Foto cortesía de Imagebase


Licencia de Creative Commons
Las ideas de InnoSIB by InnoSIB is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License