martes, 8 de abril de 2014

Sólo sé que no sé nada

Todo el mundo está de acuerdo en que para progresar, para comprender, para disponer de salidas tanto a nivel personal como a nivel profesional e, incluso, para codearse, es preciso formarse, aprender, instruirse, o sea, prepararse para un futuro más deseable. Aplicada esta máxima al entorno de una empresa, con mayor insistencia cada vez, se les aconseja la ampliación de formación de sus componentes (directivos, empleados), el reciclaje, la incorporación y comprensión de los nuevos paradigmas a sus actividades.
En los tiempos de dificultades y sequía, se promueve y se fomenta que las empresas inviertan en formación como concepto (quizá para ocupar el creciente tiempo improductivo y de “brazos cruzados” de los trabajadores a causa de las crisis) y como táctica para alimentar nuevas perspectivas, para alinearse por otros caminos de negocio, y para aumentar su grado de especialización y de calidad.
Así que la consigna es clara y patente: formación, formación, formación.
Y es entonces cuando las empresas comienzan a enviar a su gente a cursos de nuevas tecnologías, de marketing avanzado, de desarrollo de habilidades. Decenas de horas para unos, cientos para los avezados, masters para los high-level. “Id y traeros el mayor conocimiento posible”.
Un paso más allá en la formación
Pero los cursos pasan, los seminarios se acumulan, las empresas de formación hacen “su agosto” en pleno invierno. Y los resultados de tanta sabiduría compactada no se traslucen en ningún efecto práctico. No se sabe qué hacer con tanto conocimiento, no se sabe dónde y cómo aplicarlo, ni siquiera se sabe si encaja con los postulados básicos de la empresa. El que ha aprendido cierta tecnología, o cierta herramienta, o cierta metodología se ha olvidado de preguntar al excelso profesor del curso cómo le viene bien a su empresa, cuál debe ser su uso para sacar algo de provecho, para qué aplicación es más idónea y, sobre todo, ¿qué le digo al jefe que aprendí en este curso?
Resumiendo, la primera formación a recibir es la de aprender a formarse, a racionalizar el tiempo de aprendizaje porque es vital para una empresa en crisis, no ha de ser un tiempo perdido. Es preciso definir correcta y minuciosamente, antes de lanzar a las huestes a los campos de formación, las necesidades reales en cuanto a carencias de conocimiento, los nuevos objetivos que deban permitir a la empresa solventar dificultades abriendo nuevas oportunidades, el conjunto de personal con mayor capacidad de recepción de nuevas ideas y de nuevos conocimientos. Y tras esto, la adecuada puesta en valor, de manera útil y sensible, en las diferentes actividades, funciones y estrategias de la compañía. Y tras esto, medir sus resultados a corto plazo, medir la verdadera incidencia y aceptación de lo aprendido, y plasmar la capacidad de expandir la competencia al resto de la compañía (aspecto clave para la reducción eficaz de costes de formación). Con todo este planteamiento previo, entonces se seleccionan las materias en las que formarse, el personal idóneo, el plan adecuado. En definitiva, formación inteligente.

Ángel Luis Herrero
Socio Consultor en InnoSIB




Foto cortesía de Freephotos.biz



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