martes, 20 de septiembre de 2011

Si todos los chinos saltaran a la vez…

Ya saben el dicho aquel de “Si todos los chinos saltaran a la vez… “. Se colegía a continuación que la Tierra podría cambiar de órbita o desviar su eje de rotación. No sé si puede ser verdad, si las actuales leyes de la física moderna lo sustentarían. Realmente no lo sé. Aunque yo creo que con lo que nos cuesta ponernos de acuerdo en un ámbito mucho más reducido para hacer cosas a un mismo tiempo, entiendo que poner de acuerdo a unos miles de millones de personas para realizar algo a un mismo tiempo ha de ser muy cercano a lo imposible.
Es por ello que la tan manida globalidad del mundo, la aldea global, la mundialización es un concepto que está arraigando en nuestros coloquios y en nuestras opiniones sin saber muy bien el alcance que puede tener.
Donde mejor y con más precisión se adecua el término global es en el aspecto económico y financiero. Se habla de la economía global para plasmar la interdependencia económica y mercantil entre los países por la necesidad (fundamentalmente, de los países económicamente más fuertes) de ampliar las fronteras de sus transacciones comerciales para poder mantener los niveles consecuentes a sus objetivos financieros. En este terreno hablamos de: multinacionales, expansión del comercio internacional, desarrollo del tercer mundo, concentración empresarial, liberalización de mercados, reducción de costes de producción y otros muchos vocablos de similar transcendencia. Y de la economía es muy fácil traspasarse al terreno político: políticas comunes, impulsos de las democracias (o caídas de los tiranos), movimientos sociales, visiones ecoambientales, implantación de ideologías y múltiples variantes de organizar el mundo desde los púlpitos más ostentosos (G-8s, FMIs, OTANs, ONUs, Foros de Davos,…).
Bien, todo este enjambre de envolturas solo se refieren a los aspectos mercantiles (algunos quieren traducir rápidamente por bienestar social) de nuestras vidas.

La familia global

Pero la globalización realmente va (y va a seguir yendo) mucho más allá, hacia unos confines aún no vislumbrados. Porque su base, su sustento está en la tecnología. Sí, en la tecnología que permite intercambiar información a nivel mundial —y quizá interestelar dentro de poco— entre todas las personas del planeta individualmente, con independencia de su lugar (cercano o recóndito), del momento (instantáneo), de su posición social, de su conocimiento e, incluso, de su necesidad. Porque la información puede referirse a cualquier ámbito: empresarial, político, personal, grupal, social, universal.
En el mundo tecnológicamente global la información viaja de un punto a otro a la velocidad de la luz, sin barreras, sin filtros, sin premeditación. Los próximos años, décadas, se dedicarán (gobiernos, poderes, mundo empresarial, gurús, científicos y pensadores)  con total seguridad a “ordenar” la información, a reconvertir modelos industriales, a revisar conceptos de pertenencia y afinidad personal, a redefinir consecuentemente las pautas de comportamiento individual ante el mundo interconectado.
Lo que yo sí creo ahora es que la información global será la que verdaderamente modifique el eje de la Tierra, pero no sé en qué dirección ni en qué grado.


Ángel Luis Herrero
Socio Consultor en InnoSIB




Foto cortesía de Freephotos.biz


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jueves, 8 de septiembre de 2011

¿Qué nos demandan los jóvenes?

El nuevo curso académico se presenta mucho más convulso que el anterior. Incluso antes de haber comenzado, los sindicatos han convocado a los funcionarios docentes para movilizaciones contra los recortes presupuestarios con motivo de la crisis y las reformas de régimen interno anunciadas en la enseñanza pública. En los centros privados, los profesores temen el mimetismo de su patronal para reducir costes y, por tanto, plantillas. Y es de temer que la campaña electoral soliviante aún más los ánimos. Pero estos conflictos no pueden servir de “cortinas de humo” para ocultar un problema de calado mayor: el de la juventud que exige, nos exige, un futuro mejor en el orden social, político, económico, laboral y en todos los demás órdenes de su vida, que adolecen precisamente de estar “ordenados”. No se pueden eclipsar estas demandas de los jóvenes, porque después de mucho tiempo de letargo parecen dispuestos –ahora sí– a reclamar (reclamarnos) no ya un futuro mejor, si no sencillamente un futuro. Y no van a dejar de exigir(nos)lo.

Como muestra no es que tengamos “un botón”; es que disponemos de toda “una mercería”: las movilizaciones de la Plaza Syntagma de Atenas (Grecia); las de los países de Oriente Medio y Próximo (Egipto, Túnez, Siria, Arabia Saudí…), de las que se ha contagiado Israel; las protestas estudiantiles en Chile; las revueltas de Italia, Irlanda, Portugal, Eslovaquia, Islandia, India, incluso China… El 15-M en España, los disturbios de Inglaterra… Son cientos de miles los jóvenes de países de todo el mundo, democracias y regímenes autoritarios, que sienten que no van a llegar a nada en la vida. Una ‘Lost Generation’, o “NEET Generation” (Not in Education, Employment or Training”), que en castizo es la “Generación perdida” o “Generación Ni-Ni”.

A estos movimientos contestatarios no les han faltado críticas. Los jóvenes españoles eran tildados de “perroflautas” o “piesnegros”; a los italianos se les descalificaba como “bamboccioni” (“bebés grandes”) o “mammoni” (lo que no precisa traducción); a los ingleses, “hood rat” (“ratas de barrio”), término que da título a un libro del periodista Gavin Knight (The Times, The Guardian, Newsweek…) Al diplomático francés Stéphane Hesse, autor de “¡Indignaos!” y “¡Comprometeos!”, se le censura que, después de haber sido inspirador de las acampadas de protesta por toda España, elogie a José Luis Rodríguez Zapatero y pida el voto para el PSOE, cuando el presidente del Gobierno y el partido que le sustenta son responsables de la política económica por la que estos jóvenes se indignan. Pero también hay argumentos para justificar la rebelión ciudadana. Por ejemplo, cuando en esta época de recortes y congelaciones salariales la financiación de los partidos políticos aumenta un 15,6%; los sueldos en los dos principales sindicatos, CC. OO. Y UGT, aumentan y algunos políticos de diferentes ideologías se incrementan sus salarios en cifras y porcentajes que provocan escándalo.

Así las cosas, no es de extrañar que el Barómetro Continuo de Confianza Ciudadana, elaborado por Metroscopia y dado a conocer en julio pasado, arroje como resultado que los sindicatos, el Gobierno, los partidos y los políticos ocupen las últimas plazas, sin superar el 3 de una escala que llega hasta el 10.

Son varios los estudios y encuestas de la más diversa autoría que arrojan datos desoladores sobre la insatisfacción de la juventud con la sociedad y la realidad que les ha tocado vivir. Pero los jóvenes también han demostrado que necesitan, buscan y quieren tener valores claros en los que creer y líderes firmes a los que seguir. El éxito de la visita del Papa a España el pasado mes de agosto, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, se debe en parte a ello: dos millones de personas –no todas jóvenes– aclamaron durante cuatro días al jefe octogenario de la Iglesia católica, a pesar de que sus preceptos no se distinguen, precisamente, por ir en consonancia con los tiempos modernos.

En estas circunstancias, se hacen especialmente necesarias iniciativas como la de la Asociación Internacional de Apoyo a la Juventud (Aidaj), que en colaboración con InnoSIB promueve el Programa “Creciendo Juntos” de ‘coaching’, con el que pretende ayudar a los estudiantes a reflexionar sobre qué objetivos pueden marcarse que sean realizables y a encontrar su propio camino, proporcionándoles las herramientas que les permitan encontrar sus metas personales y enfrentarse a la vida con seguridad en sí mismos. Y por qué no decirlo: con un poco de optimismo.

Carlos Matías

Socio consultor de Comunicación y RSC

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